lunes, 28 de julio de 2008

Con pinta de provinciano

El domingo me pasó algo que quizá sólo entiendan los que, como yo, emigramos de una pequeña ciudad a una grande, y todavía echamos de menos nuestras raíces. Todo empezó porque hice algo estúpido, propio de alguien con una capacidad de decisión nula: Ante un domingo en Madrid sin nada especial que hacer, pensé coger un autobus e ir a Valladolid, aunque fuese para poco más que pasar la tarde. Tras dudar durante cosa de una hora, cogí el metro hacia la estación de autobuses. Seguí dudando durante el trayecto en metro, y hasta llegar a la ventanilla. Al final dejé que fuera el Destino quien eligiera por mí, al disponer que no hubiera plaza en ningún autobus hasta dos horas después. Tras perder la mañana de esta forma tan estúpida, y con la sensación de haber encadenado una buena serie de decisiones equivocadas, decidí volver andando hasta mi casa (a unas dos horas de la estación de autobuses), a ver si así las endorfinas me devolvían la energía. Salí de la estación, y me dirigí a uno de esos "agentes de movilidad", que no tengo claro si policías que intentan no parecerlo, o no-policías que intentan sí parecerlo. Le pregunté cómo llegar a la estación de Atocha (porque desde ahí ya sé llegar solito a mi casa). Y aquí llegó la buena sensación: Me miró con esa mirada amable que ponen los madrileños ante el inocente pueblerino que anda perdido, y me advirtió que estaba a más de media hora andando. Puso ese tono que dice "¿Pero es que te crees que aquí vas a poder moverte andando, alma de cántaro?". Bueno, esta es la aventura. Una chorrada, ahora que la veo escrita. Pero me hizo ilusión que todavía me confundan con el pequeño inmigrante idealista capaz de cruzar la ciudad andando, pese a quien pese. Me encanta Madrid, pero no quiero que me atrape, y no me gusta darme cuenta de que tenían razón, de que las cosas están lejos, que hay que usar el metro para todo.

No hay comentarios: